Carta

Antes de conocerte ya quería quererte. 

Tu hijo siempre hablaba muy bien de ti y decía entre otras cosas, que eras la mejor cocinera del mundo. Os llamabais muy seguido y yo admiraba la estrecha relación que teníais. Me encantaba que os llevaseis tan bien, pensaba que ojalá yo tuviera una relación parecida con mi madre. Como ya sabes, yo había tenido carencias afectivas y pensaba que quizás, tu podrías ser una segunda madre para mí. Tenía muchas ganas de conocerte y de gustarte. 

El día que te conocí fue una Nochebuena, me invitasteis a pasar la Navidad en vuestra ciudad. Yo casi lloro de la emoción al verme en el ambiente del espíritu navideño, en una casa con una linda decoración y un manjar especial, rodeada de la familia de mi pareja. Formar parte de una familia era lo que más anhelaba, y parecía que mi sueño de pertenecer a un clan se estaba haciendo realidad.

De ti noté cierta distancia y alguna mirada que otra de soslayo. No me hiciste sentir ni cómoda ni incómoda y yo me dejé llevar por mi fantasía de cuento de hadas.

La siguiente vez que nos vimos fue en julio. Nos habían invitado a una boda y me dejaste unos pendientes y un collar para lucirlos en la ceremonia. Yo quería ser una buena nuera y estaba deseosa de agradarte y que nos llevásemos bien, también quería que me quisieras, pero sabía que eso no iba a ser cosa de un día y estaba dispuesta a esforzarme. Recuerdo que te llevé de regalo un pañuelo en tonos otoñales que nunca te vi puesto. Yo en ese momento estaba contenta y esperanzada, me sentía acogida por ti y orgullosa de que me dejaras tus joyas. Esa fue la última vez que me sentí bien a tu lado, aún no sé lo que fue, pero algo se torció.

Luego vinieron unos días en tu casa de veraneo, los días del puente de agosto que yo libraba en mi ciudad. Ya ha pasado tiempo, pero recuerdo, entre otras cosas, el calor sofocante, el sentirme desubicada y la dificultad de conectar contigo. Nunca me preguntaste a qué me dedicaba, de donde provenían mis padres o cual era mi entorno, de hecho, en ningún momento me preguntaste nada personal. Me acuerdo, que iniciaba conversaciones contigo que no fluyan y que me dejaban profundamente vacía y desconcertada.

Llegaron más estancias en esa casa de la playa que empezaba a detestar porque me sentía obligada a ir todos los veranos. Era un enclave maravilloso frente al mar donde disfrutar de los placeres mundanos y de la familia, pero paradójicamente, para mi se convertía en un infierno y no solo por el calor abrasador, sino porque me sentía como un pez fuera del agua, no percibía de ti cariño ni interés real por mi persona. Me sentía como la novia de M porque para ti solo era la novia de M. 

A medida que pasaba el tiempo, cada vez escondías menos tu desinterés por mí. Te acordarás de que, una vez te regalé una foto enmarcada de nuestro viaje en pareja a Tailandia, yo tenía ilusión porque nos tuvieras presentes en tu casa como la pareja enamorada que éramos, pero solo a vi una vez, casi imperceptible en un mueble. La siguiente vez que estuve en tu casa ya no estaba. Ese gesto me hizo sentir muy triste, porque me di cuenta de que no querías que formara parte de tus recuerdos. 

Hasta que me quedé embarazada. Se despertó en ti un interés repentino por mí, o mejor dicho, por lo que llevaba dentro de mi vientre. Me sentía como un huevo kinder en manos de un niño, al que le importa más el regalo que el chocolate. Estabas muy contenta y hubo un cierto acercamiento. Cuando nos veíamos todo giraba en torno a mi alimentación y mi descanso. Me sentía como un objeto bello y frágil del que se presume porque es caro, pero no se tiene el menor sentimiento, como una figurita de Lladró. 

En medio de estas circunstancias, yo me sentía mal respecto a la incómoda sensación que padecía cuando estabas cerca de mí. Aunque intentaba no hacer caso, sentía ansiedad y vacío. Era como si nos repeliéramos, como si fuéramos dos imanes del mismo polo, tu eras el agua y yo el aceite, había una barrera que nos separaba y yo no conseguía descifrarla. Me sentía culpable por no encontrar la manera de llevarnos bien, además tu hijo no ayudaba, nunca puso de su parte para acercarnos. Ahora pienso que quería tu amor en exclusiva para él y por supuesto, tu estabas de acuerdo. Era una ecuación en la que yo sobraba.

Prontamente nació mi hijo y al cabo de unos días viniste a casa. Inocente yo, pensaba que, en ese momento de gran vulnerabilidad, me ibas a arropar y a ayudar con las tareas de la casa y la comida, pero te empeñabas en darnos lecciones de maternidad. Estabas tan cegada por estar con tu nieto que ni siquiera veías a tu hijo (a)dorado y tampoco te dabas de cuenta de que querías usurparme el papel de madre, como si tu no hubieras tenido ya tu momento en el pasado. 

Con tus acciones demostrabas que yo te sobraba, te pasaste los siguientes meses insistiendo en que te hacías cargo de mi bebé y que me fuera a "descansar". Me hubiera encantado contar contigo si hubieras respetado mi sentir, mi sensibilidad, mis ritmos y los del bebé, pero te comportabas de una manera posesiva con él y poco considerada conmigo. Tu pretendida ayuda no era más que un deseo de borrarme de tu mapa por un rato, pero mi intuición siempre me dijo cuales eran tus verdaderas intenciones, aunque lo disfrazaras de apoyo. Te acordarás perfectamente del día que me arrancaste a mi hijo de los brazos de forma brusca, dejando en evidencia mis inseguridades y tu supuesto buen hacer. Fue la única vez en todo el tiempo que estuvimos juntos, que tu hijo te paró los pies y te puso en tu sitio. Ahí te comencé a odiar, trataste de ningunearme y pasar por encima de mí, pero mamá leona y su cachorro están por encima del egoísmo de una abuela.

Podría contar más anécdotas, pero todo se resume a que tu argucia para hacerme sentir pequeña y secundaria en tu familia, fue ignorarme y hacerme sentir invisible, pequeña, ignorando mis acciones, sentimientos y pensamientos.

Cuando a partir de que tuve a mi niño, tu y tu hijo me llamabais "la madre" pretendíais desdeñar mi nombre de pila y con ese gesto, desdibujar mi identidad. Es la táctica de "si no se menciona, no existe". Me querías reducir a la madre de tu nieto y yo soy mucho más que eso, aunque tu haga que no lo quieres ver.

Con el paso del tiempo, he observado que esa es la patética arma que utilizáis en vuestra familia, tristemente, también entre vosotros, ignorar a las personas cuando no hacen lo que vosotros queréis, desgarrándolas por dentro y haciéndolas sentir pequeñitas e insuficientes y no vistas.

Lo contrario al amor no es el odio, sino la indiferencia. Cuando te hacen el vacío, te están diciendo que no perteneces y con ello, se despierta unos de los temores más profundos del ser humano, el miedo a quedarse solo, porque peligra su vida y eso podría significar su muerte real o imaginaria.

Luego comenzó la hostilidad, pero ese es otro relato.

No me dejaste pertenecer a tu familia, porque no hice lo que quisiste, me negué a representar el rol machista de mujer que tenías pensado para mí, también me negué a permitir que tu ocuparas más espacio que yo en mi relación de pareja, así que me dejasteis apagarme lentamente hasta que dije basta y me fui de ahí. 

Tengo que darte las gracias y decirte que he salido fortalecida de esta experiencia. Ahora sé distinguir perfectamente donde te quieren y donde NO te quieren. Me lo ha enseñado una persona experta en las apariencias, en la frialdad y en el egoísmo.

Ya no tengo que esforzarme por agradar a nadie, ni hacer ver que no me duele. He soltado lo que me hace daño y lo que no me hace feliz y solo soy yo misma, orgullosa de ser quien soy y ocupando el espacio que merezco porque ya nadie más me va a hacer sentir menos.

Y tengo que decirte que después de conocerte, ya no quería quererte.

 

Comentarios

Entradas populares