Lo que no pudo ser

A veces tenemos que hacer un duelo por lo que no pudo ser. Y duele mucho. El duelo duele.

Hay muertes metafóricas que se sufren tanto o más que la desaparición de algunos de nuestros seres queridos.

Me refiero a las pérdidas de nuestros proyectos que no se materializan, nuestras ilusiones que se desvanecen o nuestros vínculos que se rompen.

Me voy a centrar en las relaciones.

Cuando hemos apostado fuerte por una relación y esta no es correspondida como necesitamos o se rompe, pasamos por un periodo de gran inestabilidad, donde experimentamos internamente algo parecido a lo que pasa con el tiempo: tempestad-calma-lluvia-sol-tramontana y vuelta a empezar.... 

En los peores momentos sentimos un gran vacío en nuestro interior, un hueco que durante un tiempo  llenamos con la expectativa de la relación soñada, de nuestra querida apuesta personal. Ese agujero negro duele mucho, porque se siente grande y pesa una tonelada y nos sentimos como un donut andante, con un trozo menos de nosotras mismas. Ahí tocamos fondo y nos invade la tristeza más profunda, la desilusión, el desencanto y la rabia por la pérdida de algo muy valorado o querido. 

En los mejores momentos, sentimos en nuestras carnes la palabra esperanza, con todas las letras, bien grande, en neón de colores, porque sabemos que nos merecemos algo mejor, porque hemos evolucionado y ya no somos las mismas personas y necesitamos otros seres en el camino de la vida, que nos acompañen y nos correspondan de otra manera, acorde con nuestro yo presente y nuestras necesidades más íntimas.

En la mayoría de momentos, transitamos ese sentir inmersos en las cosas del día a día, para no pensar demasiado y avanzar hacía no se sabe donde.

Lo que no pudo ser genera mayormente tristeza porque tenemos que despedirnos y desprendernos de algo que algún momento significó mucho para nosotros. 

Sólo nos queda honrar ese adiós por nosotras y por lo que despedimos.

Adiós, lo que no pudo ser, hasta siempre!



Comentarios

Entradas populares