Maternidad PAS

Cuando supe que estaba embarazada, no imaginaba lo que se me venía encima. En aquel trance que transcurrió desde la feliz noticia y los primeros mareos, me dejé llevar por la ilusión desbordada de quien cumple un sueño que ha deseado con mucha fuerza.

 

El embarazo fue un loco viaje de hormonas yendo y viniendo por mi cuerpo, acompañándonos a mi bebé y a mí, durante 9 meses, a llegar satisfactoriamente al destino final: el mundo exterior. En esa época, mi cerebro estaba dominado por la parte emocional, desatando una montaña rusa de emociones y bastante frustración. Me sentía como si hubiera perdido para siempre, mi lado racional. Otras veces, en cambio, me dejaba llevar por esa sensación de pérdida de control, y me relajaba en una nebulosa de felicidad y ensimismamiento.

 

Mi parto de primeriza fue una experiencia salvaje; horas y horas de dolorosas contracciones entremezcladas con las visitas de las enfermeras, una epidural que sólo funcionaba en un lado del cuerpo, instantes de merecido descanso, mi pareja perennemente a mi lado y la constante, de la mayor fuerza interior que jamás ha salido de mí. Todo un singular escenario que se levantó, para recibir el más preciado regalo, mi hijo, que vino de dentro de mi hacía mis brazos, pasando, durante un brevísimo instante, por las manos de la matrona. Mi hijo me miraba con los ojos abiertos de par en par y se aferraba a mi torso con todas sus ganas de vivir y yo, después de tanto sacrificio, con mi recompensa pegada a mi, era la mujer más feliz de la Tierra.

 

El puerperio, al contrario de lo que presentía, fue una etapa ardua para mi.

Durante los siguientes meses, la inseguridad me dominaba y me hacía pensar que no había nacido para ser mamá. Los continuos lloros del bebé, la dificultad para calmarlo, no dormir apenas, ni de día ni de noche, y sobre todo, la pérdida de la identidad por estar fusionada a mi hijo, hicieron que no me reconociera a mi misma, y en vez de disfrutar de la crianza, la estaba sufriendo. Me sentía incomprendida por mi entorno, se suponía que debía de estar feliz, y en cambio, me sentía sola, muy sola, y nadie quería escuchar nada negativo de mi boca. Mi percepción en aquel período, era que solamente querían coger a mi hijo y darme sus opiniones de crianza. Me sentía atacada y débil.

Yo cuidaba del niño, pero quien me cuidaba a mí? 




Conseguí traspasar esa frágil etapa, gracias a algunas lecturas y series de "madres en apuros" y sobre todo, gracias al acompañamiento de otras madres que estaban viviendo exactamente lo mismo que yo, y estaban dispuestas a escuchar, sin dar consejos no pedidos.

 

Fue al poco del primer cumpleaños de mi hijo, concretamente una Navidad, cuando me reconocí 100 % PAS. Esa Navidad la presión pudo conmigo. Por diversas circunstancias propias de esas fechas de "celebración", me vi tan superada, que de súbito, decidí que no iba a dar más de lo que en realidad, sentía de corazón que tenía que dar.


Comenzó la necesaria y reconfortante etapa del autocuidado. Me dediqué a velar por mi y por mi bebé, por nadie más. Siendo más consciente de mi alta sensibilidad, suspendí cualquier tipo de actividad social y me dediqué a descansar y a recuperarme del colapso emocional al que no sabía, ni como había llegado. Empecé a leer todos los libros que encontré sobre alta sensibilidad y a visualizar los vídeos de Elaine Aaron y otros, donde se habla del rasgo en profundidad. Me apunté a distintos grupos online PAS donde me podía desahogar por las noches, y descubrí que había más personas que se sentían como yo, aunque se encontraran en situaciones diferentes.

 

En definitiva, hice una inmersión PAS que me sirvió para entenderme mejor y hacerme entender a los demás, sobre todo, a las personas que me quieren, haciendo trascendente mi verdad. De un día para otro me abanderé como PAS con orgullo, y poco a poco me dispuse a vivir de otra manera, más consciente de mis fortalezas y de mis debilidades.  Empecé a reconocer cuales eran mis límites y hasta donde podía y quería llegar, rebajé el nivel de empatía hacía los demás para dármelo a mi misma y a mi hijo, comencé a admitir mi necesidad de descanso y de momentos de soledad y a cuidar de mi vulnerabilidad, desahogándome, solamente, con personas que sabía que me podían comprender y no me iban a juzgar.

 

Mi hijo tiene poco más de dos años y me queda mucha maternidad por delante junto con multitud de retos que afrontar, pero saberme PAS ha hecho que nuestro vínculo sea mejor. 

Puedo decir que veo a mi hijo feliz. Me siento muy cercana a él e intento desplegar todas mis cualidades de persona sensible a su favor, sin perderme a mi misma.

He aprendido que la sensibilidad es un don para todo, pero especialmente cuando una es madre.

 

 

 

 

 

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